El suelo o tierra es la parte superficial de la corteza terrestre. Es una capa fina que está biológicamente activa y se forma por la acumulación de minerales, materia orgánica y pequeños seres vivos. La interacción de todo ello, hace posible que crezca vida y por ende, el nacimiento y el crecimiento de los vegetales. Esta condición tan óptima, se forma en cientos o miles de años y sus nutrientes pueden agotarse. De ahí nace, en la agricultura, la preocupación por reponerlos. Pero no siempre se hace de modo consciente y respetuoso con la naturaleza, lo que comporta muchos problemas para la salud global en la actualidad. Es lo que sucede con el uso de los llamados fertilizantes químicos.
Origen de los fertilizantes químicos
Al inicio de la agricultura, los métodos para dotar a la tierra con los nutrientes eran varios, pero todos ellos se basaban en técnicas de cultivo ecológicos como la reposición de nutrientes mediante el estiércol, la rotación de cultivos, barbecho, etc. El problema de los fertilizantes químicos modernos se desarrolló con la llegada del siglo XIX, en el que hubo una gran necesidad de abastecimiento hacia la industria y las urbes, provocando la aceleración del consumo. A partir de entonces, se buscó maneras de restablecer los nutrientes de la tierra sin respetar los tiempos del suelo en su capacidad de renovación natural.
Fue a principios del siglo XX cuando dos químicos alemanes, Fritz Haber y Carl Bosch, desarrollaron un procedimiento para utilizar el nitrógeno del aire y fusionarlo con hidrógeno, que daría como resultado amoníaco líquido. Este sería el ingrediente clave en los fertilizantes sintéticos gracias al cual se desarrollaría una expansión agrícola que no ha parado de crecer. Fue tal el avance científico que ambos recibieron el Premio Nobel. Pero, aunque este descubrimiento ayudaría a alimentar un mundo en constante crecimiento, supondría a su vez la contaminación que nos lleva a la crisis de sostenibilidad ambiental que vivimos hoy.
Además del consumo, los fenómenos ambientales y los problemas medioambientales que sufrimos en la actualidad, impiden que el cultivo de alimentos se haga en condiciones habituales. Por estos efectos y la multiplicación de la producción, se han cambiado los procedimientos de producción natural por otras de tipo artificial en las que las sustancias químicas están presentes.
Problemática de los fertilizantes químicos
Aunque el descubrimiento del amoníaco líquido fue clave para la expansión agrícola, durante los últimos 100 años, se ha producido un efecto nada positivo: se ha duplicado la cantidad de compuestos nitrogenados artificiales en el suelo, el aire y el agua. Pero, ¿por qué este hecho presenta un problema si el nitrógeno es esencial para la vida en la tierra? Porque en exceso es un contaminante peligroso que acelera el cambio climático a través de las emisiones de óxido nitroso, un potente gas de efecto invernadero. A su vez, en exceso envenena el agua, los animales, las plantas y a los seres humanos. Por todo ello, según los expertos, es actualmente una de las amenazas más graves de la humanidad.
A inicios del siglo XIX, había una presencia casi nula de compuestos nitrogenados artificiales en el medio ambiente, pero con el avance de Haber y Bosch, los niveles se dispararon tanto por los fertilizantes sintéticos como por la fabricación de municiones y la quema de combustibles fósiles. Según la IPBES (Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas), el escurrimiento de nutrientes que provienen de las granjas con la mezcla de estos fertilizantes sintéticos, son los que principalmente afectan negativamente hoy a los ecosistemas terrestres.
Esto pone en riesgo al medioambiente y la salud humana, por ejemplo por la combinación de las emisiones de amoníaco agrícola y las emisiones de los vehículos, que crean partículas que son peligrosas en el aire, provocando enfermedades respiratorias. También porque, como es lógico, todo lo que perjudica al suelo en el que crecen los alimentos que luego ingerimos, afecta a la salud. Por eso, se insiste en la urgencia de tomar conciencia y fomentar la necesidad de la agricultura ecológica o técnicas que no sean nocivas para el suelo.
Según la ONU y su Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) la solución es detener este flujo tóxico y es por ello que, junto con algunos gobiernos, empresas y organismos internacionales, han estado colaborando con la ciencia para analizar la problemática, el riesgo que supone y buscar posibles soluciones. De aquí nació en 2019 la Declaración de Colombo sobre la Gestión Sostenible de Nitrógeno a través de la cual alertan de la necesidad de reducir el desperdicio de nitrógeno a la mitad para el año 2030.